¡Oh, Gran Espíritu!
Mi más sincero agradecimiento por hacerme llegar,
desde las formas más diversas imaginables,
los alimentos que necesito cada día.
Venero los actos de lo cotidiano
y tomo plena consciencia,
del amor que desprendes,
del amor que desprendemos.
¡Oh Gran Espiritu!
Cuando te venero, estoy amando a todas las forma de vida que me rodean,
que se relacionan conmigo y que,
de una manera casi imperceptible,
hacen de lo cotidiano un acto sagrado.
No, no iré al Vaticano
para sentirte más cerca.
Tampoco subiré las cumbres del Himalaya.
Tan sólo miraré a mi alrededor,
en este sucio bar de carretera,
y tomaré plena consciencia de tí,
en este plato de Mediodía.
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