lunes, 24 de marzo de 2008

Sombras en la noche



El chico paseaba por las calles desechas de la ciudad. Las aceras desdibujadas reflejaban el rostro desconfiante de aquella sombra que tintineaba en la oscuridad de la noche. No sabía muy bien por qué motivo, algo desconocido le había empujado a salir al vacío de las calles en la mitad de la noche.

Se trataba de algo misterioso. Un sentimiento de alerta, un aviso, una llamada del más allá o algo así. Pero aquella noche las paredes de su habitación no se habían llenado del blanquecino humo de la Marihuana. El reproductor de audio no le abrió las puertas de la percepción con sonidos remotos de África. Se trataba de algo verdaderamente aterrador, parecía como si algo se le hubiera caído dentro de sí mismo. Así que sin pensarlo más, agarró la chaqueta, el tabaco de liar y salió a caminar por la espesura gris de la noche.

El río se arrastraba lentamente deseando por fin llegar a la mar. En el vacío de la noche las tres chimeneas de la incineradora vomitaban el espeso humo que se mezclaba con las nubes amarillas que tapaban el cielo. La cementera no dormía nunca y el zumbido que desprendía la fábrica de cerveza pasaba desapercibido en la profundidad de la oscuridad.

La luz amarilla de alguna sirena reflejada en las paredes del cinturón le sumió en un extraño sueño en el que se vio corriendo sólo por los pasillos de un largo túnel. Las puertas que encontraba a lo largo de su recorrido estaban todas cerradas y no tenían ni siquiera cerradura. Parecía como si se encontrara inmerso en alguno de los videos musicales que tantas veces había visto de Pink Floyd. Al final del largo pasillo una puerta se cerraba, motivo por el que se dio más prisa. Quería saber qué era lo que se escondía allí detrás. Cuando la puerta estaba a punto de cerrarse, consiguió llegar a tiempo y en el mismo momento la puerta desapareció.

Se vio en una habitación a oscuras y sin ventanas en mitad de la cual se encontraba un adorable niño de a penas dos años jugando con un cochecito. El niño no parecía darse cuenta de la presencia del chico y podía leerse en su rostro un halo de felicidad angelical. Había una especie de luz blanquecina que le envolvía. Era él. Ese niño era él cuando apenas tenía 3 años. La expresión inocente de sus gestos y la sonrisa pura de su rostro las había visto en algunas de las fotos que conservaba todavía.

El niño parecía muy tranquilo y a gusto mientras jugaba sentado con las piernas cruzadas. No se daba cuenta de lo que pasaba a su alrededor. Transmitía felicidad, armonía, paz y esperanza. El chico trató de acercarse a él y sentarse a su lado pero era imposible. Sentía que cada a vez estaba más lejos, más lejos, y más, y más… Se sintió frustrado y abatido al comprobar que el niño, su propia infancia, había desaparecido y era incapaz de alcanzarla.

El cigarrillo se había apagado. Le dio dos tiradas y miró a su alrededor. ¿Qué belleza podía tener aquel horizonte decadente que en algún rincón de su ser le hacía sentir tan bien? Fue en ese preciso instante cuando decidió regresar a casa y descansar sin pensar en el día de mañana.

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